Hasta hace bien poco tuve mi casa llena de cacharros inútiles con alma,
de ridículas cajas que guardaban tesoros que nadie me robaba
y plantas trepadoras que absorbían el veneno del aire.
Tuve cómplices sin huellas y sin rostro que no dejaban vaho en los cristales
y palabras con eco que jugaban al corro y a las cuatro esquinas
y viento que las lanzaba divertidas por el cielo de las cosas perdidas.
Ya solo tengo miedo. Y dudas y quejas resabiadas
y un dolor infinito y una herida que no se cierra nunca.
Qué quieres que te deje si ya en mi testamento
no caben más palabras…
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