Cuando no hay otros ruidos que los del silencio, todo cruje en la vieja casa.
Parece que los muebles se quiebran y se quejan con la debilidad de una tos de viejo con los pulmones como piñones y negros de nicotina.
Y las paredes estallan, se agrietan doloridas de soportar tantos años la misma silueta, erguida pero destartalada.
Cuando no hay otros ruidos que los del silencio, solo los fantasmas se atreven a hacerme compañía
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